Capítulo 3– La cueva del bosque
Erika Romeo
– ¡corred, por aquí!– Les grité asomándome desde mi puesto de vigilancia oculto tras un panel de ramas y hojas entretejidas. Aquella pareja eran las primeras personas que veía en mucho tiempo, supongo que ellos, por su rumbo errático y su cara de sorpresa, tampoco esperaban encontrarse con alguien en aquel abrupto bosque. Cuando se acercaron no pude evitar analizarlos de arriba a abajo. Pese a la suciedad acumulada en su ropa, quedaba patente que eran prendas de calidad y el logo bordado en el pecho de la camisa blanca de aquel hombre seguro que demostraba un estatus social elevado, cosa que seguramente implicaba no estar muy acostumbrado a correr por el bosque cerrado. Ella vestía un discreto vestido amarillo pálido de lino hasta las rodillas y una blusa azul celeste abrochada hasta el cuello. Pero, lo más importante, no presentaban marcas de mordiscos, o, al menos, no eran evidentes.
– ¿Os han mordido?– pregunté antes siquiera de saludar, prefería no gastar mi tiempo con alguien que ya estuviera muerto. –No, escapamos de nuestro…– El hombre calló cuando le hice un gesto con la mano. Ya me había dicho todo lo que necesitaba saber, aparte de mostrarme los brazos y piernas mientras hablaba y aquel no eran un lugar lo suficientemente seguro como para pararse a charlar. Les indiqué que me siguieran a la cueva donde habitaba, allí podrían asearse, comer y podríamos charlar tranquilamente.
La cueva se encontraba a unos treinta minutos andando y era imposible encontrarla si no conocías el camino, es más, incluso conociéndolo había que ir muy atento para no extraviarse. había dos causas de aquella inaccesibilidad, en primer lugar, la naturaleza había sellado aquel lugar como si pretendiera guardar su más valioso tesoro: El bosque era tan espeso que apenas se veía a un metro alrededor, el suelo estaba cubierto de una capa permanente de hojas que impedía ver algún accidente del terreno que permitiera ubicarse, además, el viento que soplaba entre las ramas más altas se ocupaba de hacer caer nuevas hojas que hacían desaparecer el rastro en pocas horas y el escarpado terreno, con empinadas cuestas, hacia perder cualquier resto de orientación que pudieras mantener aún. En segundo lugar, durante todos los años que habíamos vivido ahí, nos habíamos dedicado a construir paneles con ramas y hojas, como el que ocultaba el puesto de vigilancia, los cuales al colocarse parecían completamente parte del entorno, y que convertían el camino en un verdadero laberinto. Así, nos evitábamos compañía non grata en nuestra casa.
Cuando llevábamos un cuarto de hora caminando pensé que ya podíamos bajar un poco la guardia ya que si alguien nos siguiera, los ruidos del bosque nos avisarían. Me giré y vi que avanzaban lentamente, él un paso por delante de ella.– se nota que no estáis acostumbrados a este terreno, normalmente ya llevaría más de medio camino pero esta vez apenas llevamos un cuarto – exclamé amenamente mientras les dirigía una sonrisa – Es agradable tener otra chica para conversar, ¿ cómo te llamas?– El hombre me clavó una dura mirada – Sarah, ella se llama Sarah y yo soy Jaime, su marido – Sarah me miro con una cara que reflejaba sumisión mezclada con vergüenza desde detrás de su marido y, tras unos segundos, se arremangó, se desabrochó el botón superior de la blusa y continuó caminando.– Encantada Jaime y Sarah – Contesté como si no hubiera notado la tensión del momento.
Al girar en la última fila de árboles y llegar por fin a nuestro destino vi a Charlie esperándome en la entrada de la cueva. Su cara reflejó, como cada día, el alivio que sentía al verme regresar sana y salva pero pronto cambió a una combinación de curiosidad y alerta al ver a la pareja aparecer de entre la maleza detrás de mí. Charlie se dirigió hacia nosotros con su siempre amable sonrisa – abróchate esa blusa y bájate las mangas, no querrás parecer una fresca – dijo Jaime a la vez que se giraba hacia su esposa.
– Nosotras iremos a por el agua a la fuente, vosotros preparad unas cuantas frutas para comer. Tranquilo Jaime, la fuente está a menos de cinco minutos de aquí, no le pasará nada a Sarah– había pasado ya una semana desde que el matrimonio se nos uniera y Jaime ya comenzaba a permitirme estar a solas con Sarah, solo a mí, con Charlie era otro asunto. Caminamos sin decir palabra hasta aquel punto donde un chorro de agua limpia y refrescante brotaba entre las rocas. Sarah parecía una buena persona y yo era demasiado idealista como para callarme más lo que pensaba – Sarah, seguramente no debería meterme donde no me llaman pero creo que Jaime no te ve como la persona que eres, tú no eres un objeto de su propiedad y no tiene derecho a tratarte como…– Sin darme tiempo a reaccionar, me dio una bofetada en la mejilla – Tienes razón, no deberías meterte donde no te llaman, Jaime me quiere, él siempre a cuidado de mi y todo lo que hace es para protegerme – exclamo con una voz rota mientras me miraba con unos ojos llenos de ira.
Las dos parejas vivíamos apaciblemente en la cueva. Jaime y Sarah se habían adaptado perfectamente a la agreste vida y habían superado las incomodidades iniciales de aquella forma de vida, que pese a ser dura, era, probablemente, la más tranquila que se podía desear en aquel nuevo mundo. La verdad es que, pese a las desavenencias que existían entre la manera de pensar y actuar de Jaime y la nuestra, me alegraba de tener más compañía y más ayuda en las tediosas labores del hogar. Jaime se negaba a que Sarah cumpliera con su turno de guardia así que hacía un doble turno, que solía coincidir con las horas en las que Charlie iba a recoger frutas o a cazar conejos, con lo que Sarah y yo podíamos realizar otras faenas que precisaban de dos personas dedicadas durante un prolongado espacio de tiempo. Así, entrelazamos más ramas y hojas para crear una estructura a modo de porche frente a la entrada de la cueva donde montamos y colocamos una consistente mesa con dos bancos a cada lado, construimos un tendedero que sustituyó al trozo de cuerda de pita atada entre dos árboles, levantamos un pequeño cobertizo, excavamos unas letrinas y fabricamos gran variedad de utensilios, como cubiertos o una escoba, para hacer la vida más confortable.
Una tarde, cuando empezaba a anochecer, Sarah y yo estábamos sentadas frente a la cueva, exhaustas tras haber arrastrado un pesado tronco que habíamos encontrado en una depresión del terreno a unos trescientos metros de la cueva en dirección contraria al camino que llevaba al puesto de vigilancia, es decir, en dirección a la playa. Habíamos pensado que nos sería útil para alguna nueva construcción, pese a que en ese momento no sabíamos exactamente para qué, o, si no, siempre serviría como leña. Mientras descansábamos y nos secábamos el sudor, vimos llegar a Jaime por el sendero con un aire despistado. Le observamos acercarse y, cuando se percató de que le mirábamos, nos dedicó una sonrisa, se sentó a nuestro lado y bebió un largo trago de agua. Charlamos amenamente sobre temas superfluos como el clima, como había visto a una pequeña ave rapaz cazar un ratón o las mejoras que habíamos realizado aquel día en el campamento hasta que Charlie apareció apresuradamente en el claro de la cueva visiblemente nervioso – Creo que hay alguien en el bosque – exclamó antes de que pudiera preguntarle que le pasaba – cuando estaba comprobando una de las trampas para conejos he oído crujir una rama, me he quedado completamente en silencio, prestando tanta atención que sentía que mis latidos sonaban como un martillo golpeando sobre un yunque, y he oído claramente los pasos de un grupo de más de cinco personas – Mi mente tardó unos segundos en digerir aquellas palabras pero cuando comprendí lo que implicaban me sentí aterrada – pero ¿ cómo puede ser? aquí estamos seguros, ¿ no es así? – Millones de preguntas parecían pelear por ser pronunciadas en primer lugar lo que hacía que tartamudeara y se me trabara la lengua – Aun es posible que no encuentren la cueva, ¿verdad? Podemos esperar a que pasen de largo, incluso puede que no sean de los otros – Charlie me mandó callar con una mirada – Cuando me acercaba los más sigilosamente posible los vi y, cuando me di la vuelta para venir aquí, me tropecé y todos se giraron hacia mi – Nos enseñó las palmas de las manos las cuales se había rasguñado al caer – He tenido que correr y dar un rodeo para despistarlos pero no se cuanto tiempo tardaran en encontrarnos.
Me quedé paralizada, aquella cueva había sido mi casa y mi refugio desde incluso antes de que todo comenzaba, era todo lo que tenía y conocía. Jaime mantenía el semblante regio mientras abrazaba a Sarah, demasiado asustada para reaccionar. Charlie nos dio un minuto para que asimiláramos todo aquello y, a continuación, empezó a organizarnos – No podemos arriesgarnos a que lleguen y no estemos preparados. Jaime, tu y Sarah preparad dos mochilas con toda la comida y agua que podáis cargar vosotros dos y Erika. Cariño, tú trepa arriba de la cueva y monta guardia, si les ves aparecer, da la voz de alarma y corred hacía la playa – Jaime asintió y corrió hacia el interior de la caverna arrastrando a su mujer tras de él – ¿Tú que vas a hacer? – Pregunté preocupada a Charlie – Voy hacia la playa a preparar la huida, creo que hace mucho tiempo que deberíamos haberlo hecho – Me besó con fuerza y salió corriendo en dirección al mar a la vez que desenfundaba el machete.
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