lunes, 15 de noviembre de 2010

Capítulo 6– Altas esferas


Capítulo 6– Altas esferas

Dr. David Mart


Pese a ser profesor y estar habituado a hablar frente a abultados grupos de personas, la simple idea de dar aquel discurso me mareaba y me hacía sudar como el día más caluroso de verano. Al otro lado de las gruesas cortinas azules esperaban los principales dirigentes de la mayoría de países junto a sus ministros de defensa o altos mandos del ejército para que les explicara, sin mucho tecnicismo por en medio, de que se trataba la plaga END.
Tras llenarme los pulmones con una larga bocanada de aquel viciado aire, atravesé las aterciopeladas telas y me planté frente un estrado coronado con un delgado micrófono negro – La plaga END está causada por un microorganismo que desarrollamos en mi laboratorio – paré de hablar y me aclaré la garganta sintiéndome desnudo e intimidado ante las personas más poderosas del planeta  – un microorganismo que causa un proceso patológico muy especial y que se puede dividir en dos fases – Repasé mentalmente las mil veces organizadas palabras antes de continuar – La fase 1 se produce inmediatamente después del contacto directo del torrente sanguíneo con la sangre de una persona previamente infectada, momento en el cual la bacteria se introduce en el sistema circulatorio donde comienza a reproducirse a una vertiginosa velocidad lo que producirá el fallo de algunos órganos y la dificultad de bombeo del corazón. A nivel externo esta etapa se caracteriza primeramente por un aumento de la temperatura corporal, de la palidez y una sensación de mareo y, seguidamente, por la pérdida gradual de la capacidad cognitiva, convulsiones, desvanecimientos y, finalmente, la muerte a causa de la falta de riego al cerebro, entre otros muchos fallos fisiológicos – me llené la boca de agua y comprobé si todo el mundo me prestaba atención antes de proseguir con la parte más complicada de la conferencia – Hasta aquí podría estar describiendo una patología letal sin ninguna complicación añadida, ahora bien, es la segunda fase la que hace de esta la peor enfermedad a la que se ha enfrentado jamás la humanidad. Como ya he dicho, al final de la fase 1 el infectado muere pero, debido a diversas causas, la mayoría de ellas desconocidas, el cuerpo revive. Entre los fenómenos que producen esta reanimación hay dos ya conocidos especialmente relevantes: en primer lugar, la muerte del huésped produce la muerte de la mayoría de las bacterias parasitarias, con lo que la sangre adquiere unas propiedades más similares a las del organismo sano, en cuanto a viscosidad y concentraciones se refiere. En segundo lugar, se ha descubierto, gracias a los cultivos de las bacterias END, que en un medio altamente concentrado de bacterias muertas, como es el caso de la sangre de los infectados después de su muerte, las END vivas liberan gran cantidad de sustancias, entre las que se pueden distinguir análogos de la adrenalina, la oxitocina o la vasopresina, que podrían ayudar a la reanimación – En ese momento los cuchicheos producían un estrepitoso zumbido en mis oídos así que decidir preguntar si había alguna duda con lo que solo conseguí un estruendo mayor que no cesó hasta que le di el turno de palabra a un árabe uniformado – ¿ Podría decirnos  – comenzó a preguntar por medio de su traductor – porque al revivir presentan un comportamiento tan agresivo?, ¿ no sería más lógico que mantuvieran su personalidad? – la pregunta no podía ser más acertada ya que ese era el punto que más me intrigaba y en el que había centrado mi investigación, pese a que la neurología no fuese mi campo de especialidad – La respuesta a este comportamiento se encuentra en lo que hemos denominado muerte cerebral parcial localizada. El final de la fase 1 produce el fallo de ciertas regiones cerebrales, lo que produce el comportamiento tan peculiar de los infectados – Parecía que aquel tema les interesaba pues todo el mundo guardaba silencio y me observaba atentamente, sobretodo, el norteafricano que había realizado la pregunta el cual, como sabría más tarde, había sobrevivido milagrosamente al ataque de su harén de mujeres escapando por las aguas residuales de su palacio – Hay áreas que mantienen su funcionamiento como el bulbo olfativo, el área visual, el área de Heschl, responsable de la audición, el área motora que se encarga de los movimientos voluntarios y el área somato sensorial, donde se registran sensaciones como calor , tacto, presión o dolor, pero el tálamo, donde se hacen conscientes estos estímulos se encuentra gravemente dañado, lo que unido a la casi nula actividad de la amígdala, responsable entre otras cosas de recibir las señales de peligro y traducirlas en miedo y autoprotección , hace que los afectados por la muerte cerebral parcial localizada parezcan mucho más fuertes y resistentes – Vi en los ojos de mis oyentes que se morían de ganas de plantear nuevas preguntas pero hice caso omiso y decidí acabar primero con esa parte de la explicación – Una de las zonas que más participan en el comportamiento agresivo es la sobrexcitación del hipotálamo, lo que produce la descompensación de de algunas de sus funciones como la regulación del sueño, el apetito, la sed y reacciones emocionales como la ira, el terror o el placer – Mi garganta estaba seca cuando acabé con el resumen sobre la neurobiología de la infección así que me serví un vaso de agua y me lo bebí de un largo trago antes de cederle el turno de palabra, de entre todas las personas que lo demandaban, a un hombre rubio que me preguntó sin ayuda de su traductor pero con un marcado acento centroeuropeo – ¿ entiendo que no cura para infectados de nuestra mundo? – Sabía de antemano que esta sería una de las preguntas que surgirían por lo que seleccioné cada una de mis palabras para evitar tanto crear falsas esperanzas como hacer caer el pesimismo sobre todos ellos – Se que todos ustedes han perdido a alguien cercano así que seré claro. Las personas en fase 2 o a un nivel muy avanzado de fase 1 son incurables ya que la muerte cerebral parcial localizada y los numerosos fallos fisiológicos son irreversibles. Debido ello, estamos centrando nuestros esfuerzos en conseguir detener la infección en los primeros momentos, justo tras el contacto con la bacteria – Tras mis francas y duras palabras vi como la mayoría de las caras frente a mí reflejaban el pesar que sentían al desaparecer por completo las ya débiles esperanzas de recuperar a algún ser querido.

Capítulo 5– ¡Feliz cumpleaños!

Capítulo 5– ¡Feliz cumpleaños!

Edgar Max Oliver


¿Se suponía que hoy iba a ser un día distinto? Mi vida seguía siendo un pozo de sufrimiento que hoy hace dieciocho años que empezó. Bajé de mi habitación a desayunar, odiándome a cada paso por no haberme atrevido la noche anterior a poner punto y final a mi miserable vida, cuando llegué a la cocina, mi madre ya me esperaba con una radiante sonrisa de oreja a oreja y empezó a cantar a gritos el Cumpleaños feliz. A veces pienso que mi madre es estúpida, en el fondo la quiero, pero ella no entiende que el único motivo para estar feliz en un día como este es que el día en que abandone este absurdo y oscuro mundo está más próximo. Cuando acabó con la infantil canción me llenó la cara de besos, me abrazó y me ofreció un vistoso paquete anaranjado que desenvolví apáticamente, más por no desilusionarla que por el regalo en sí; entre los trozos de papel no tardó en aparecer una camiseta azul celeste con el logo de una conocida marca de ropa – ¡sorpresa! Espero que te guste, en la tienda me dijeron que a los chicos de tu edad les encantan las camisetas de esta marca – La miré con incredulidad y sentí como la rabia, uno de los pocos sentimientos que mi magullado corazón era capaz de entender, se apoderaba de mí hasta nublarme la vista – ¿pero tú eres tonta o qué? ¿Azul celeste? Pero qué tengo que hacer para que comprendas que el negro es el único color capaz de exteriorizar mis emociones, ¡el asco que siento por el sendero de lamentos que llamáis vida no se puede expresar con esta jodida camiseta color pitufo! – Giré sobre mis talones y salí de la cocina llorando justo después de hacer que el vaso de leche que mi madre me había ofrecido estallara en mil pedazos sobre el suelo – lo siento cariño – oí que apenas susurraba a mi espalda – pensé que con los dieciocho se te pasaría esta moda.
– ¡La odio, la odio, LA ODIO! – Mi cerebro no paraba de repetir aquellas dos palabras como si fuera la única realidad de este mundo, cuando, en realidad, solo la muerte es real. Cerré la puerta de mi dormitorio, al que me gustaba llamar “mi pequeño santuario de oscuridad”, de un portazo, abrí el segundo cajón de mi armario y de una pequeña caja roja en forma de media luna extraje una afilada cuchilla de afeitar con la que me realicé cuatro profundas incisiones en el antebrazo gracias a las cuales conseguí tranquilizarme un poco. Una vez me hube vestido, salté a la calle desde mi ventana y caminé con la cabeza gacha y sin rumbo establecido durante un cuarto de hora hasta que una voz burlesca me sacó de mi ensoñación – Mirad quien anda por ahí – Giré la cabeza para ver como Kaos y su grupo de compañeros se dirigían hacia mí con sus coloridos y erectos cabellos, sus chaquetas plagadas de remaches y chapas y sus botas con cordones rojos, amarillos y blancos – Mirad quien ha decidido seguir viviendo un día más o ¿ es que acaso no tuviste huevos para suicidarte? – Mientras soltaba aquella sarta de tonterías, él y su pandilla fueron rodeándome – Se ve que tu amiga la muerte a decidido alargar tu penosa existencia un día más, en fin, ¿tienes algo que decir antes de ensuciarme los puños otra vez? – Aquel intento de amedrentarme me hizo sonreír ¡realmente eran unos idiotas! Después de tantas reyertas ni uno de ellos sospechaba que, en realidad, me hacían un favor. Sus palizas, aquella cadencia de golpes sobre mi cuerpo eran lo único capaz de hacerme sentir vivo, aquellos instantes en los que sentía como la punta de sus botas se hundían en mí eran los únicos casi felices de mi vida. No, no es que fuera masoquista, como mucha gente tiende a simplificar mis sentimientos, sino que el dolor físico era el único que conseguía que olvidara por unos instantes mi sufrimiento interior, aquel mal que carcomía mis entrañas.

Anduve errático el resto del día, llenándome la cabeza de irrelevantes reflexiones sobre mi penosa vida y el porqué de mi existencia, hasta que mi estomago, en un intento por recordarme que él aun quería vivir, me hizo ver que no había desayunado, y que pasaban de las seis de la tarde, así que levanté la cabeza para orientarme y dirigí mis pasos de regreso a casa donde mi encontré a mi padre leyendo el periódico acomodado en el gran sillón de la sala – ¡Por fin se digna a aparecer el rey de la casa! ¿Se puede saber en qué importante tarea estabas enfrascado hoy? – El enfado y la desaprobación eran patentes en su hiriente sarcasmo. Me quedé en silencio sin saber si realmente esperaba una respuesta o era una pregunta retórica – ¿sabes lo que eres? Eres un parásito, no eres más que un gasto continuo para esta familia – Clavó sus ojos llenos de odio en mí a la vez que doblaba el diario por la mitad – Cuando aun estudiabas no me importaba pagar tu comida, tu ropa o, incluso, tus caprichos de adolescente pero cuando empezaste con la gilipollez de esta moda – en ese momento, de manera casi imperceptible, su voz se quebró – Cuando empezaste con la gilipollez de esta moda dejaste de estudiar, te pasas el día encerrado en tu habitación y solo sales para comer, ya no quedas con los amigos, ¿ qué digo?, ¡ya no tienes amigos! ¿Que ha sido de aquel chico que llamabas Kaos? ¡Erais inseparables! – En ese momento ya no pude aguantar más, salí corriendo de vuelta a la calle dejando tras de mí un lágrimas y, mientras me alejaba, escuché como mis padres comenzaban una nueva discusión.

La noche era diferente, desde el momento en que la falta de aire me hizo detenerme, demasiado cansado para seguir enfadado, lo noté. Pese a que los termómetros marcaban temperaturas superiores a los veinticinco grados centígrados y que no había ni la más mínima corriente de aire, sentía un inquietante frio, lejanos ruidos habían sustituido la quietud que solía reinar por las cercanías de mi casa a esas oscuras horas a las cuales frecuentemente paseaba sintiendo cierto paralelismo entre mis andares en la noche y la manera en que mi vida transcurría entre las sombras de la corrupta humanidad. Empecé a notar una extraña sensación, como si las sombras me espiaran e incluso sentí un irracional brote de temor, algo incomprensible ya que lo peor que podía pasarme era morir y la muerte precisamente no me asustaba, por lo que decidí volver a mi casa, esos sí, me negué a encontrarme con mi padre así que trepé hasta mi ventana, eché el cerrojo y me acosté sobre la negra colcha.
No sé cuánto tiempo me quedé dormido pero me despertó un aterrador chillido de mi madre desde el piso de abajo que me heló la sangre y me dejó petrificado sobre la cama siendo únicamente capaz de aguzar el oído intentando adivinar que había pasado. Tras cinco minutos sin cambiar de postura, conseguí imponerme a aquel odioso sentimiento de terror, que me hacía sentir más cercano al resto de la pervertida raza humana, me levanté tratando de no hacer ruido y me dirigí a la puerta donde, lentamente, giré el pestillo. Al abrir la puerta e ir a salir me encontré cara a cara con mi padre y, al verle, sentí algo tan profundo que hizo que olvidara todo lo demás. Estaba empapado en sangre, con la mirada perdida y una sangrienta expresión, que hasta parecía una sonrisa, dibujada en su boca. Comprendí que mi padre había perdido la cabeza después de discutir como todos los días, había asesinado a su mujer y, en su enajenación, venía por mí, al que culpaba de sus actos. Con una rapidez que me sorprendió, me escabullí por su lado izquierdo, bajé las escaleras saltando los escalones de tres en tres y salí, nuevamente, a la calle con aquel loco pisándome los talones. Corrí dos manzanas sintiendo su aliento en la nuca hasta que encontré un grupo de unas veinte personas en una esquina mal iluminada por el cartel luminoso de un pub, como si esperaran a que este abriera sus puertas, y me dirigí esperanzado hacia allí ya que estaba seguro que no se atrevería a atacarme entre tanta gente o, si me equivocaba, al menos la multitud me ayudaría a salvar la vida. Me mezclé a toda prisa entre aquellas personas donde me detuve, eché las manos a las rodillas, clavando la vista en el asfalto y, por fin, respiré aliviado. Llené mis profundamente pulmones varias veces, tranquilo como estaba por haber evitado a mi padre pero tardé poco en entender que algo no iba bien al oír el denso silencio que me rodeaba, solo interrumpido por algún que otro jadeo. Levanté la vista y caí de rodillas al suelo llorando dominado por un inconmensurable pánico.

Siempre había oído que antes de morir ves pasar toda tu vida por delante de tus ojos así que supongo que puedo estar seguro de que este es mi final. Aquí rodeado de todas estas ensangrentadas personas que clavan sus blanquecinos ojos en mí acabo de ver los dieciocho años de mi existencia pasar en menos de un segundo, aunque extrañamente, esta mañana parece muy lejana – ¡No quiero morir! – Grito histéricamente cuando todos ellos se abalanzan sobre mi – ¡No quiero morir! – me quedan tantas cosas por hacer: Encontrar mi primer trabajo, conducir, perder la virginidad, …– ¡No quiero morir! – Las lágrimas no me dejan apenas ver, siento como me agarran los brazos y las piernas y noto como los dientes de estos desconocidos se clavan y me arrancan salvajemente pedazos de carne – ¡No quiero morir! – Varias manos con afilados dedos desgarran mi camiseta y perforan mi piel hasta que siento el calor de mi propia sangre fluyendo sobre mi – ¡No quiero morir! – pienso aunque mi garganta solo produce un agónico chillido que es rápidamente silenciado por un mordisco que me arranca parte de la tráquea, a la vez que otra dentellada me arranca el ojo derecho – ¡No quiero morir! ¡No quiero morir! ¡No quier…

Capítulo 4 – El solitario


Capítulo 4 – El solitario

Daniel Cedar “Tremens”


La histérica voz de una niña gritaba desde debajo de un coche deportivo rojo mientras un obeso cadáver trataba, entre jadeos, de alcanzarla con sus pútridas manos. Desenfundé el largo machete a la vez que me colocaba silenciosamente a su derecha y, de un certero golpe, le seccioné el brazo y la cabeza tras lo que aquel cuerpo quedó ridículamente inmóvil. Me agaché para ver a la pequeña lloriqueando y le dije que ya podía salir. Cuando estuvo de pié, susurró un tímido gracias y le indiqué que me siguiera. Llevábamos diez minutos caminando por la desierta carretera cuando aquella personita empezó a tambalearse para acabar cayendo de bruces al suelo, donde empezó a convulsionarse. En el momento en que tocó el suelo, la camiseta se le levantó lo suficiente para que una horrible herida quedara a la vista en la espalda, en el lumbar izquierdo de aquella infeliz. Suspiré disgustado y le disparé en la sien antes de que mis sentimientos pudieran poner alguna objeción – Una bala menos – Hacía tiempo que había comprendido que las balas eran algo muy valioso en aquel mundo y trataba de no malgastarlas. Ahora bien, no era capaz de cortarle el cuello a una niña que aún era humana.
Estaba empezando a oscurecer, quedaban menos de dos horas de luz, y debía encontrar un lugar seguro donde pasar la noche. Hacía tiempo que había aprendido que un nuevo mundo tiene nuevas reglas. La ética y las normas del comportamiento humano estaban obsoletas y, pese a que a veces una voz interior intentaba convencerme de que lo que hacía estaba mal, había que olvidarse del decoro y lo antes definido como decencia en pos de la supervivencia. Después de hacerme recordarme aquello por enésima vez, seccioné los brazos de la niña y me encaminé hacia una arboleda próxima situada en una amplia explanada. Busqué entre los árboles durante más de media hora un lugar para instalar mi campamento hasta que encontré el lugar idóneo. En el centro de un amplio claro crecía un alto árbol el cual no tenía ninguna rama hasta casi cinco metros de altitud. Deposité mi mochila entre las nudosas raíces, me colgué el largo cuchillo y la pistola del cinturón, cargué las extremidades de la niña y me adentré en el bosque. Me alejé unos doscientos metros y me detuve frente un frondoso arbusto donde  clavé el brazo derecho ya rígido en una estaca y coloqué una campanilla sobre él, de manera que si alguien lo tocaba lo oiría desde mi refugio. Repetí el proceso y monté  el mismo macabro sistema de alarma a la misma distancia del solitario árbol donde pensaba pasar la noche pero en la dirección contraria. Cuando me encontré de nuevo en el centro del claro, abrí mi macuto y extraje la larga cuerda de un vistoso color verde con mucho cuidado para evitar que se liara, Le até una piedra del tamaño de una pelota de tenis a un extremo y la lancé hacia la rama más baja capaz de mantener mi peso. Traté de que el cabo pasara sobre la sólida bifurcación hasta que, al cuarto intento, rodeó la fuerte rama y me permitió ascender por la doble soga. Trepé unos dos metros, hasta que las ramas fueron lo suficientemente  frondosas, formé un zigzag con la cuerda entre dos gruesas ramas sobre el que coloqué una capa de mi ropa y me acomodé, apoyando la espalda sobre el tronco del árbol. Saqué una lata de un bolsillo lateral de la mochila y, tras devorar su contenido, me quedé, por fin, dormido.

Debían ser las cinco de la madrugada cuando el lejano sonido de la pequeña campana me despertó al instante como si hubiera estado toda la noche esperando aquel aviso para abrir los ojos. Agudicé los sentidos tratando de oír algún ruido que delatara el potencial peligro y oteé la linde del claro, iluminado gracias a una luna que menguaba desde hacía apenas dos días. Me mantuve inmóvil y alerta durante aproximadamente una hora hasta que una tímida línea de luz empezó a bañar el horizonte por el este, coloreando todo a mi alrededor con tonos grisáceos, y pude ver como aparecía por el lado oeste del claro, la misma dirección de la cual había escuchado el aviso de peligro, un grupo de cinco sucias y ensangrentadas personas, lo que destrozaba mis débiles esperanzas de que hubiera sido causado por algún animal salvaje hambriento. La aparición de aquellos cinco individuos en mi campo visual me hizo sonreír ya que ofrecían una desvirtuada imagen de felicidad. Cuatro de ellos formaban, con toda seguridad, una familia que volvía de la próxima playa: el padre aun llevaba un ridículo bañador naranja y una vistosa gorra verde, su mujer se cubría las piernas con un rosado pareo que arrastraba por el suelo y la pareja de niños, de unos siete años, vestían coloridos bañadores de tonos rojizos el del niño y amarillentos la niña, la cual arrastraba un peluche tras de sí. El quinto individuo, en cambio, presentaba un aspecto mucho más descuidado, con la ropa hecha trizas, ennegrecida de la suciedad y con una pierna prácticamente cercenada a causa de una enorme herida, probablemente un mordisco, donde debería encontrarse el gemelo. Sin lugar a dudas, la alegre familia regresaba a casa tras un agotador día en la costa cuando se encontraron con una persona herida en la carretera y al parar a socorrerle encontraron su fatal final.

Dejé caer un pesado fardo desde mi escondite a la vez que repicaba la parte posterior de un cazo metálico contra el mosquetón de mi cinturón con lo que conseguí llamar su atención y que se dirigieran a toda prisa hacia la base del árbol. Cuando los miembros de la familia ya agitaban los brazos hacia las alturas tratando de alcanzarme, su tullido compañero avanzaba renqueante a poca velocidad sin haber recorrido aun ni la mitad de la distancia que le separaba del gran tronco. Con tres certeros disparos entre los ojos, el padre, la madre y su hijo cayeron en redondo con los brazos aun estirados,  dejé caer la cuerda hasta el suelo y me deslicé rápidamente hundiendo la punta metálica de mi bota derecha en la boca de la joven criatura con lo que se le desencajó la mandíbula inferior dejando una grotesca cavidad por donde introduje el largo cuchillo hasta que la punta asomó por detrás de su cabeza, a altura de la coronilla. Extraje la afilada hoja, con lo que el inerte cuerpo cayó al suelo, y recorrí a toda prisa los cinco metros que aun me separaban del último miembro de su grupo al que cercené la cabeza de un limpio corte a altura de la nuez.

Tras recoger convenientemente mis pertenencias y limpiar concienzudamente los restos de sangre de mi ropa y utensilios, continué mi errática ruta hacia ninguna parte. Supongo que algo en mi interior me impulsaba a encontrar a alguien con quien poder sobrellevar las penurias de aquella existencia que bien podía acabar en la siguiente curva del camino lo cual no dejaba de ser irónico ya que jamás había sido una persona social y la única persona que había amado estaba muerta, muerta y, probablemente, caminando por alguna calle de la ciudad que había dejado atrás hacía, para mí, una vida entera. Caminé durante varias horas en dirección al mar, donde llegué cuando el sol ya casi alcanzaba su cénit haciendo que, pese a la suave brisa marina, me picara la espalda y sudara copiosamente. Crucé una despejada explanada rocosa que me permitía ver varios metros a la redonda hasta la refrescante agua salada donde, tras descordarme precipitadamente las botas, introduje los pies y, poco después, nadaba con el torso desnudo, solo cubierto por la ropa interior de lycra, lo que dejaba a la vista los tatuajes de mi brazo izquierdo y mi espalda. No había tenido un momento de verdadera relajación desde que todo esto empezó así que no se cuanto tiempo estuve en remojo, dejándome flotar y entrecerrando los ojos, pero cuando decidí salir de la cálida agua hacía ya tiempo que buena parte de la tarde había quedado atrás. Dejé que el sol me secara y luego me permití el lujo de ponerme calcetines nuevos y una camiseta que había conseguido del maletero de un todoterreno rojizo lo que hizo que me sintiera lujosamente renovado pese al acartonamiento que sentía en la piel y el cabello por culpa del salitre.