lunes, 15 de noviembre de 2010

Capítulo 5– ¡Feliz cumpleaños!

Capítulo 5– ¡Feliz cumpleaños!

Edgar Max Oliver


¿Se suponía que hoy iba a ser un día distinto? Mi vida seguía siendo un pozo de sufrimiento que hoy hace dieciocho años que empezó. Bajé de mi habitación a desayunar, odiándome a cada paso por no haberme atrevido la noche anterior a poner punto y final a mi miserable vida, cuando llegué a la cocina, mi madre ya me esperaba con una radiante sonrisa de oreja a oreja y empezó a cantar a gritos el Cumpleaños feliz. A veces pienso que mi madre es estúpida, en el fondo la quiero, pero ella no entiende que el único motivo para estar feliz en un día como este es que el día en que abandone este absurdo y oscuro mundo está más próximo. Cuando acabó con la infantil canción me llenó la cara de besos, me abrazó y me ofreció un vistoso paquete anaranjado que desenvolví apáticamente, más por no desilusionarla que por el regalo en sí; entre los trozos de papel no tardó en aparecer una camiseta azul celeste con el logo de una conocida marca de ropa – ¡sorpresa! Espero que te guste, en la tienda me dijeron que a los chicos de tu edad les encantan las camisetas de esta marca – La miré con incredulidad y sentí como la rabia, uno de los pocos sentimientos que mi magullado corazón era capaz de entender, se apoderaba de mí hasta nublarme la vista – ¿pero tú eres tonta o qué? ¿Azul celeste? Pero qué tengo que hacer para que comprendas que el negro es el único color capaz de exteriorizar mis emociones, ¡el asco que siento por el sendero de lamentos que llamáis vida no se puede expresar con esta jodida camiseta color pitufo! – Giré sobre mis talones y salí de la cocina llorando justo después de hacer que el vaso de leche que mi madre me había ofrecido estallara en mil pedazos sobre el suelo – lo siento cariño – oí que apenas susurraba a mi espalda – pensé que con los dieciocho se te pasaría esta moda.
– ¡La odio, la odio, LA ODIO! – Mi cerebro no paraba de repetir aquellas dos palabras como si fuera la única realidad de este mundo, cuando, en realidad, solo la muerte es real. Cerré la puerta de mi dormitorio, al que me gustaba llamar “mi pequeño santuario de oscuridad”, de un portazo, abrí el segundo cajón de mi armario y de una pequeña caja roja en forma de media luna extraje una afilada cuchilla de afeitar con la que me realicé cuatro profundas incisiones en el antebrazo gracias a las cuales conseguí tranquilizarme un poco. Una vez me hube vestido, salté a la calle desde mi ventana y caminé con la cabeza gacha y sin rumbo establecido durante un cuarto de hora hasta que una voz burlesca me sacó de mi ensoñación – Mirad quien anda por ahí – Giré la cabeza para ver como Kaos y su grupo de compañeros se dirigían hacia mí con sus coloridos y erectos cabellos, sus chaquetas plagadas de remaches y chapas y sus botas con cordones rojos, amarillos y blancos – Mirad quien ha decidido seguir viviendo un día más o ¿ es que acaso no tuviste huevos para suicidarte? – Mientras soltaba aquella sarta de tonterías, él y su pandilla fueron rodeándome – Se ve que tu amiga la muerte a decidido alargar tu penosa existencia un día más, en fin, ¿tienes algo que decir antes de ensuciarme los puños otra vez? – Aquel intento de amedrentarme me hizo sonreír ¡realmente eran unos idiotas! Después de tantas reyertas ni uno de ellos sospechaba que, en realidad, me hacían un favor. Sus palizas, aquella cadencia de golpes sobre mi cuerpo eran lo único capaz de hacerme sentir vivo, aquellos instantes en los que sentía como la punta de sus botas se hundían en mí eran los únicos casi felices de mi vida. No, no es que fuera masoquista, como mucha gente tiende a simplificar mis sentimientos, sino que el dolor físico era el único que conseguía que olvidara por unos instantes mi sufrimiento interior, aquel mal que carcomía mis entrañas.

Anduve errático el resto del día, llenándome la cabeza de irrelevantes reflexiones sobre mi penosa vida y el porqué de mi existencia, hasta que mi estomago, en un intento por recordarme que él aun quería vivir, me hizo ver que no había desayunado, y que pasaban de las seis de la tarde, así que levanté la cabeza para orientarme y dirigí mis pasos de regreso a casa donde mi encontré a mi padre leyendo el periódico acomodado en el gran sillón de la sala – ¡Por fin se digna a aparecer el rey de la casa! ¿Se puede saber en qué importante tarea estabas enfrascado hoy? – El enfado y la desaprobación eran patentes en su hiriente sarcasmo. Me quedé en silencio sin saber si realmente esperaba una respuesta o era una pregunta retórica – ¿sabes lo que eres? Eres un parásito, no eres más que un gasto continuo para esta familia – Clavó sus ojos llenos de odio en mí a la vez que doblaba el diario por la mitad – Cuando aun estudiabas no me importaba pagar tu comida, tu ropa o, incluso, tus caprichos de adolescente pero cuando empezaste con la gilipollez de esta moda – en ese momento, de manera casi imperceptible, su voz se quebró – Cuando empezaste con la gilipollez de esta moda dejaste de estudiar, te pasas el día encerrado en tu habitación y solo sales para comer, ya no quedas con los amigos, ¿ qué digo?, ¡ya no tienes amigos! ¿Que ha sido de aquel chico que llamabas Kaos? ¡Erais inseparables! – En ese momento ya no pude aguantar más, salí corriendo de vuelta a la calle dejando tras de mí un lágrimas y, mientras me alejaba, escuché como mis padres comenzaban una nueva discusión.

La noche era diferente, desde el momento en que la falta de aire me hizo detenerme, demasiado cansado para seguir enfadado, lo noté. Pese a que los termómetros marcaban temperaturas superiores a los veinticinco grados centígrados y que no había ni la más mínima corriente de aire, sentía un inquietante frio, lejanos ruidos habían sustituido la quietud que solía reinar por las cercanías de mi casa a esas oscuras horas a las cuales frecuentemente paseaba sintiendo cierto paralelismo entre mis andares en la noche y la manera en que mi vida transcurría entre las sombras de la corrupta humanidad. Empecé a notar una extraña sensación, como si las sombras me espiaran e incluso sentí un irracional brote de temor, algo incomprensible ya que lo peor que podía pasarme era morir y la muerte precisamente no me asustaba, por lo que decidí volver a mi casa, esos sí, me negué a encontrarme con mi padre así que trepé hasta mi ventana, eché el cerrojo y me acosté sobre la negra colcha.
No sé cuánto tiempo me quedé dormido pero me despertó un aterrador chillido de mi madre desde el piso de abajo que me heló la sangre y me dejó petrificado sobre la cama siendo únicamente capaz de aguzar el oído intentando adivinar que había pasado. Tras cinco minutos sin cambiar de postura, conseguí imponerme a aquel odioso sentimiento de terror, que me hacía sentir más cercano al resto de la pervertida raza humana, me levanté tratando de no hacer ruido y me dirigí a la puerta donde, lentamente, giré el pestillo. Al abrir la puerta e ir a salir me encontré cara a cara con mi padre y, al verle, sentí algo tan profundo que hizo que olvidara todo lo demás. Estaba empapado en sangre, con la mirada perdida y una sangrienta expresión, que hasta parecía una sonrisa, dibujada en su boca. Comprendí que mi padre había perdido la cabeza después de discutir como todos los días, había asesinado a su mujer y, en su enajenación, venía por mí, al que culpaba de sus actos. Con una rapidez que me sorprendió, me escabullí por su lado izquierdo, bajé las escaleras saltando los escalones de tres en tres y salí, nuevamente, a la calle con aquel loco pisándome los talones. Corrí dos manzanas sintiendo su aliento en la nuca hasta que encontré un grupo de unas veinte personas en una esquina mal iluminada por el cartel luminoso de un pub, como si esperaran a que este abriera sus puertas, y me dirigí esperanzado hacia allí ya que estaba seguro que no se atrevería a atacarme entre tanta gente o, si me equivocaba, al menos la multitud me ayudaría a salvar la vida. Me mezclé a toda prisa entre aquellas personas donde me detuve, eché las manos a las rodillas, clavando la vista en el asfalto y, por fin, respiré aliviado. Llené mis profundamente pulmones varias veces, tranquilo como estaba por haber evitado a mi padre pero tardé poco en entender que algo no iba bien al oír el denso silencio que me rodeaba, solo interrumpido por algún que otro jadeo. Levanté la vista y caí de rodillas al suelo llorando dominado por un inconmensurable pánico.

Siempre había oído que antes de morir ves pasar toda tu vida por delante de tus ojos así que supongo que puedo estar seguro de que este es mi final. Aquí rodeado de todas estas ensangrentadas personas que clavan sus blanquecinos ojos en mí acabo de ver los dieciocho años de mi existencia pasar en menos de un segundo, aunque extrañamente, esta mañana parece muy lejana – ¡No quiero morir! – Grito histéricamente cuando todos ellos se abalanzan sobre mi – ¡No quiero morir! – me quedan tantas cosas por hacer: Encontrar mi primer trabajo, conducir, perder la virginidad, …– ¡No quiero morir! – Las lágrimas no me dejan apenas ver, siento como me agarran los brazos y las piernas y noto como los dientes de estos desconocidos se clavan y me arrancan salvajemente pedazos de carne – ¡No quiero morir! – Varias manos con afilados dedos desgarran mi camiseta y perforan mi piel hasta que siento el calor de mi propia sangre fluyendo sobre mi – ¡No quiero morir! – pienso aunque mi garganta solo produce un agónico chillido que es rápidamente silenciado por un mordisco que me arranca parte de la tráquea, a la vez que otra dentellada me arranca el ojo derecho – ¡No quiero morir! ¡No quiero morir! ¡No quier…

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